LITERATURA

ENTREVISTA A MARCELO DI MARCO, UN ESCRITOR TALENTOSO Y PERSPICAZ

IMAGEN ESCRITOR

En el marco de un trabajo de investigación sobre corrección literaria en el Instituto Mallea, Marcelo di Marco, autor de numerosos libros, tuvo la amabilidad de brindarme su valiosa opinión acerca de algunos aspectos gramaticales de la literatura. Con su habitual agudeza, el escritor argentino destaca en qué casos el corrector debe aplicar su sentido común y la adecuación al contexto por sobre las reglas gramaticales.

Di Marco es un notable escritor, poeta, cuentista y ensayista. Ha estado al frente de diversos talleres literarios y ha realizado conferencias en todo el país.  Algunas de sus obras más famosas son El fantasma del Reich (1994, Premio Fundación Antorchas), Taller de corte y corrección (1997), Victoria entre las sombras (2011), entre muchas otras.  En 2013 lanzó su canal de YouTube Taller de Corte y Corrección, donde publica consejos  a escritores principiantes.

1) ¿Qué opinás de lo que se suele llamar coma de sentido, es decir, esa que aparece en ubicaciones no recomendadas por la normativa de la lengua? El autor suele argumentar que es necesaria y, muchas veces, tiene razón. El problema es que, en una novela, por ejemplo, puede haber cientos de comas necesarias (un caso muy común es la que separa el verbo del circunstancial que queda pospuesto a dicho verbo). ¿Cuál dirías que es el límite? ¿Podrías hacernos alguna recomendación para revisar este tipo de puntuación?

La aplicación del sentido común marca la diferencia. El escritor siempre va a optar por lo adecuado antes que por lo correcto, y de ahí los problemas con que se topa el corrector, profesional que debe de tener muy aguzado dicho sentido común. Mi recomendación general es evitar las comas en oraciones brevísimas (salvo las necesarias y obligatorias comas del vocativo, por ejemplo). Pero lo que más conviene es que el corrector se ponga en la piel del autor y tenga en cuenta la acción que se está describiendo. Me explico mejor con un caso. Si yo digo: «Rápidamente agarró las llaves, y con ímpetu salió de la casa», la norma dice que debo escribirlo así: «Rápidamente, agarró las llaves, y, con ímpetu, salió de la casa». Pero, ante esa invasión ocular de comas obligatorias, el sentido común del corrector debe prevalecer, y proponer: «Rápidamente agarró las llaves, y con ímpetu salió de la casa». Eso sí: noten que tal corrector ideal conserva la coma obligatoria que debe ir sí o sí después de «llaves», pues marca la flexión natural entre las dos acciones, y de paso convirtiéndolas en una sola para transmitir mayor rapidez. Es el caso de la segunda oración de la pregunta: «El autor suele argumentar que esa coma es necesaria y, muchas veces, tiene razón», podría escribirse así: «El autor suele argumentar que esa coma es necesaria, y muchas veces tiene razón», que le confiere a la frase un ritmo más fluido. Insisto con lo del sentido común: conviene que la corrección sea rápida, pero no atolondrada. La coma de sentido debe respetarse solo si ayuda al escritor a evitar una ambigüedad. Recuerden la coma de sentido de Güiraldes en las memorables palabras del final de Don Segundo Sombra: tal vez un correcto corrector le eliminaría esa milagrosa coma de «Me fui, como quien se desangra». Pero sabemos que lamentablemente la gente que se desangra no se va; por lo general se queda muy quieta, desangrándose sin remedio hasta pasar al otro barrio. Hay todo un efecto sentimental en esa pausa propuesta por la coma. Un efecto soberbio que un corrector con poca sensibilidad artística echaría a perder.

2) Por naturaleza, la literatura trasciende la normativa, pero, actualmente, parecería que se ha vuelto más «transgresora» que nunca. ¿Pensás que los correctores deberíamos flexibilizarnos en algún aspecto en especial? ¿Creés que hay nuevas tendencias de ruptura a las que deberíamos adaptarnos? Si es así, ¿cuáles serían?

Buena pregunta. Ante la actual, dolorosa y paradójica invasión de iletradas gentes de letras que estamos padeciendo (valga la anfibología), el corrector debe plantarse frente al editor y decirle, con la mayor de las franquezas: «Sinceramente, no sé qué quiso decir este señor». O bien: «Simplemente, no puedo trabajar si no es reuniéndome con el autor, a ver qué cazzo quiso decir». Eso, cuando fallan esos dos infalibles instrumentos que son el contexto y el sentido común. Se ha visto últimamente alguna voz alzándose contra la pobrecita y humilde hache intermedia, que nunca le pegó a nadie. De triunfar la tendencia a eliminar la hache, los poetas ya no podrían hacer que el lector diferencie «álamos deshojados» de «álamos desojados» (esto es, álamos sin ojos). Como siempre digo en mis libros sobre escritura, el contexto manda.